Monday, December 24, 2012

Navidad...

Las navidades de mi niñez siempre transcurrieron en la casa de mi abusador. Siempre organizaba, y lo sigue haciendo, grandes cenas familiares para reunir a la familia y a amigos. 

Una cena para comer tamales pero también para emborracharse y hacer estupideces y al final entrar en conflictos. Navidades que usualmente terminaban en conflictos. Recuerdo palizas que propinaba a sus hijos, esos mismos hijos que ahora lo defienden como a un santo. 

Con el tiempo, logré vencer la resistencia de mi madre y me quedé en casa. Parte de mi odiaba estar sola mientras toda mi familia se reunía en torno a esa mesa. Pero la otra parte respiraba tranquila porque sabía que no se vería obligada a verle la cara y fingir que todo estaba bien y sonreírle. 

Fue ahi donde comenzaron los comentarios de mi 'querida' familia sobre mi aislamiento social. La fulanita es una ermitaña, es una resentida, nunca llegará a nada con esa actitud. Es una amargada. Nunca me lo dijeron a la cara pero siempre tenían a bien decírselo a mi madre porque sabían que ella me lo haría saber. Cuántas veces quise dejar salir mi enojo y gritarles que sí, que era todas esas cosas pero que había una razón muy fundamentada para sentirme de esa manera. Pero no, por el bien de la familia debía callarme. 

Hoy vienen a mi mente todos esos recuerdos y agradezco a Dios, a la vida esta nueva oportunidad. Este disfrutar de una paz que nunca antes había sentido y que me permite ver con ojos nuevos un día de regocijo espiritual. 

Sin embargo, siempre hay un pelo en la sopa. Escribo este post escondida en mi habitación pues mi querida tía y mi prima vinieron de visita. Hasta aquí llegan sus risas y sus bromas. Y el enojo se quiere apoderar de mi pues me pregunto cómo se puede ser tan ciego. 

Pero no, no permito que se arruine este bello sentimiento del que disfruto hoy en día. Días de sol que pretendo atesorar para esos días nublados que siempre se presentan, más tarde o más temprano. 

¡Dios los Bendiga!

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